Diario de uno que compra en el Mercadona...de Jaén

22 febrero 2011

Voy al Mercadona del Gran Eje. Bajo las escaleras. Intento coger un carro de mano, pero no hay ninguno. Busco y rebusco, pero nada. Espero paciente a que algún alma caritativa suelte uno en pocos minutos. Lo hacen, pero me dan el roto. Paso por la sección de charcutería. Allí se amontonan jienenses orondos llenando sus carros con costillas, carne de cerdo y panceta. Ver a un gordo haciendo esa compra es como ver a Fernández de Moya sonreír. No acabo de acostumbrarme, vamos. Me dirijo a la sección de verduras. Primer error. En esta zona hay tanto atasco que parece que Matilde Cruz hubiera diseñado el supermercado.

Me armo de valor y lleno una bolsa de calabacines. El siguiente paso es cerrar la bolsita, memorizar durante cinco segundos el número del producto, ir hacia la pesa, poner los calabacines en ella y pulsar la teclita. Por si acaso, los señores mercadonos han puesto un cartel gigante encima del peso por si a alguien se le olvida el dichoso numerito. Parece fácil, voy a intentarlo. Una oriunda y oronda de Peñamefécit me adelanta por la derecha sin intermitente y se cuela. Me callo y asisto al espectáculo. Por supuesto, no ha cerrado la bolsa antes de llegar a la pesa. Dos minutos para cerrarla. Intenta pulsar el número pero no se acuerda. Mira en el cartel de los mercadonos. No se entera de nada. Deja la bolsa en la pesa y va a mirar el código del producto. Por supuesto, en dirección contraria. Tras cuatro minutos y dos equivocaciones, consigue poner la pegatinita en la bolsa. Doblada, eso sí. Mi ojo derecho llora y mi ojo izquierdo sonríe.

Llego a la caja. Sólo hay dos abiertas y una cola que llega a la sección de perfumería. Al horizonte se atisba una persona vestida de verde y naranja que se dirige con decisión a una de las cajas. Primeros nervios. Dos viejunas que están detrás de mi tiran el bastón y adoptan la posición del atleta en la línea de salida. Y al fin, la cajera recién incorporada dice esas mágicas palabras: "pasen por esta caja en orden de llegada, por favor". En ese momento giro la cabeza y las dos viejunas habían desaparecido. Sólo quedaban sus siluetas, a las cuales no les había dado tiempo a llegar aún dónde estaban sus dueñas: en la caja.

Con toda la tranquilidad del mundo me acerco a la que había llegado primero y observo con sorpresa que ya había colocado los quince kilos de compra en la cinta, separados por tipo de alimento, nivel de grasa y por colores. Una verdadera profesional. Debido a esta premura, pienso ingenuamente que tardará lo mismo en meter los productos en las bolsas. Qué tonto. Lejos de apremiarse, la viejuna no mete ni un sólo producto porque está disimulando que busca el dinero en su monedero para que la cajera le haga el trabajo.

Mientras estoy esperando en la caja, observo la compra de una mujer de otra fila. Me llama la atención porque ha escogido todo primeras marcas, además de las caras. Cómo se cuidan algunos. Como poco, en esa cesta había más de 50 euros de una compra que pretendía llenar los ojos y no el estómago. Pero ahí no quedó todo. De repente, el cajero le pregunta si quiere bolsas y dice que no. De repente, la mujer saca cinco bolsas y se pone a meter los productos en ellas. Comienzo a pensar una disertación sobre el querer aparentar por fuera y ser cutre por dentro. Al final la compra le sale por 57,87 euros y las bolsas le hubieran costado 0,10 euros. Pero claro, todo sea por ahorrar. Que estamos en crisis.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

y si la señora quiere comprar lo más caro y ahorrarse 10 céntimos en bolsas, además de cuidar el planeta, ¿QUÉ PASA?
Has escrito unas 500 palabras para decir NADA. Si la otra señora se cuela o se lo dices en el momento o te callas y no la pones a parir aquí, donde seguramente no pueda defenderse.
(Por cierto, viva la maravillosa alcaldesa de JAÉN)

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