El tándem de Esther y Raúl

08 noviembre 2010

Jaén. Sábado pasado. Esther y Raúl escogieron este día para probar el nuevo club swinger que acaban de inaugurar en la carretera de Córdoba. En realidad fue Raúl el que, a base de insistencias, logró arrastrar a su novia a explorar un nuevo mundo. Cuando traspasaron las puertas del "Tándem", el nerviosismo de Esther chocaba con la excitación de Raúl. Parecía un pub normal, con la peculiaridad de que se encontraba dentro de un chalet. "Vamos a echar una copa en la barra a ver cómo está esto", sugirió Raúl justo antes de dirigirse de manera rauda a la camarera. "Aquí sólo hay viejos", observó la chica visiblemente inquieta. "Bueno, si no nos gusta pues nos vamos. Tú trata de divertirte, anda", respondió Raúl intentando zanjar el tema. Pasaron dos horas. Justo cuando estaban a punto de dejar el local, una pareja se acercó a ellos. El hombre -de unos 30 años y muchas horas de gimnasio en las espalda- llevaba bajo su formido brazo a una chica morena de buen pecho y mejor trasero. Esther, que ya tenía el abrigo en la mano, maldijo la aparición de una pareja sexualmente apetecible para su novio.

Y cayó la cuarta copa. A medida que se acumulaban las palabras en la conversación, el fortachón se iba a acercando a Esther, quien se sobresaltó cuando una mano le tocó sin previo aviso la parte interior del muslo. "Voy al servicio, ahora vengo", dijo la vilipendiada justo antes de desaparecer tras una cortina de terciopelo rojo. Un cuarto de hora después, Raúl ya no tonteaba con la morena. Estaba preocupado por Esther, que estaba a punto de joderle el plan por su actitud. "¿Dónde estará la tía esta? No se puede tardar tanto en ir al servicio", dijo para justificar el movimiento esquizofrénico de su pierna. "Es que no ha ido al servicio. Creo que se ha equivocado y se ha metido en las salas reservadas", respondió con sorna el fortachón. Raúl esperó un cuarto de hora más y decidió ir a las salas a buscar a su novia. "Aquí no se puede pasar sin pareja", le espetó la mujer que custiodaba la cortina. A pesar de sus intentos y explicaciones, Raúl no conseguía hacer entrar en razón a la mujer. Por ello, aprovechó un descuido de la guardiana para entrar sin ser visto.

La primera imagen que vió era dantesca. En el centro de una sala pudo reconocer a un amasijo de cuerpos desnudos tocándose, lamiéndose y penetrándose. Los gemidos se entremezclaban y no fue capaz de contar cuantos eran hombres y cuantos mujeres. No esperaba encontrarse con aquello. Las luces se tornaron en flashes de discoteca que otorgaban a la escena un pizca de intimidad y morbo, facilitando la labor a los que sólo querían tocar y a los que se bastaban de la vista para disfrutar. Raúl aceleraba el paso mientras que iba dejando atrás imágenes de tríos, parejas solas y personas que tenían en el onanismo su mejor arma. Y de repente la vió.

Esther estaba en una cama, emparedada entre dos jóvenes. Los movimientos eran bruscos, a ritmo de embestidas. Raúl examinaba la escena horrorizado a través de un agujero que, tal y como estaban haciendo dos hombres al lado suyo, tenía la finalidad de que los voyeurs introdujeran su virilidad para que Esther realizara trabajos manuales mientras era devorada por aquellos dos extraños. En total, la novia de Raúl estaba siendo disfrutada por cuatro hombres. Y sus miradas se cruzaron. Esther miró durante tres segundos a su pareja justo antes de quedar extasiada y ciega de placer.

Raúl quería salir como fuese del club. No quería ver más e inició una histérica carrera. La respiración se le entrecortaba y cada vez que entraba en una sala buscando esa cortina de terciopelo rojo el corazón le daba un vuelco. Las imágenes de cuerpos desnudos y manos sedientas de sexo se entremezclaban en su mente. Y llegó a la primera sala en la que comenzó todo. Unos brazos femeninos y sugerentes salieron de la oscuridad y le zambulleron en la bacanal. Una mujer que acumulaba pocas primaveras se afanaba en arrancarle la camisa mientras que otra más madura hacía lo propio con los pantalones. En un instante, sorprendió a sus manos sujetando con fuerza las nalgas de la joven cerca de su cara y dejándose cabalgar por la más experimentada. Cuando estaba a punto de culminar en medio de un frenesí de carne caliente, vió los ojos clavados en él de una Esther que ya portaba su abrigo en el brazo. Aún así, terminó lo que la chica joven comenzó.

Cuando Raúl salió a la calle, su pareja ya estaba en la carretera de Córdoba apurando un cigarrillo mientras que pedía un taxi. "Al final no ha estado tan mal, ¿no?", dijo Esther -con un brillo en los ojos que no tenía al principio de la noche- justo antes de darle un beso a su novio. "Al menos te podrías haber enjaguado la boca con Oraldine, que había en todas las salas", respondió Raúl con un visible cabreo. Cuando llegó el taxi, la chica recordó que se había dejado el bolso dentro del club. "Espera un momento, que voy a coger el bolso", pidió Esther. Cuando regresó no había rastro del taxi. Ni de Raúl.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Buen relato, Rafilla, aunque no termino de ver muy claro el verdadero trasfondo de Esther. Intuyo que ya conocía el Tandem y que cuando traspasó la puerta de terciopelo rojo sabía perfectamente lo que hacía.

Unknown dijo...

Confieso en que al principio me metí tanto en el relato que me preguntaba donde estaría ese local....,al final se queda en eso, solo es un relato

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